viernes, 15 de enero de 2010

Soy un embarazo psicológico

No, no es broma, soy un embarazo psicológico, ese fue el diagnóstico que le dio su psicoanalista a mi querida mamá cuando le anunció que estaba encinta. Lo que están leyendo en estos momentos en realidad no lo están leyendo, es un producto ilusorio de una psicosis materna que después de tantos años aún se niega a desvanecerse.

Me imagino qué clase de profesional emite semejante diagnóstico con seguridad, algo tan raro e infrecuente como un embarazo psicológico, sin tomar los pasos para descartar primero la posibilidad más común, obvia y natural: que mis padres hubieran enviado una carta a París encargándome a la cigüeña. Eso o la actividad sexual de mis progenitores (sobre la que imagino la psicoanalista habrá indagado, si no de veras hay que demandarla), había producido lo que la actividad sexual entre adultos del sexo opuesto suele producir: un embarazo. Supongo que en aquella época los tests de embarazo y los ultrasonidos no eran tan simples y accesibles como hoy, pero se me ocurre que habría sido una medida razonable evaluar la alternativa antes de emitir tal juicio. Pero bueno, cuando alguien está religiosamente convencido de que todo se puede y debe explicar a través de sus teorías y dentro de su área de conocimiento, suceden este tipo de cosas.

Algunos miembros de la familia se escandalizaron al enterarse de aquel embarazo por fuera del matrimonio, me pregunto si estos familiares no hubieran preferido que el diagnóstico fuera correcto. Su actitud me choca más que la de la psicoanalista, aquella al menos me concedía un aura de creatividad, ya desde el útero me ligaba a la ficción, me parece menos agresivo que negarme la vida por unos valores retrógrados y anticuados. Para tranquilidad de la flía, mi madre no dio a luz a un bastardo, mis padres contrajeron matrimonio civil y religioso unos meses antes de mi nacimiento. De chico mi madre me mostraba las fotografías del casamiento en Montevideo y de la luna de miel en Bariloche, me decía sonriente que yo ya estaba allí, observando todo con curiosidad a través del agujerito del ombligo. Yo me lo creía, me tomó años comprender que bromeaba. A veces me vuelve a asaltar la duda y doy gracias a Dios por no guardar recuerdos de la noche de bodas.

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